sábado, 24 de septiembre de 2011

La poética y la payada


No deja de admirarme nunca escuchar hablar a la presidenta. No se trata de la banal admiración por alguien que "habla lindo", sino de la profunda resonancia que su discurso, pleno de conceptos, ideas y definiciones, causa en muchos de quienes escuchamos. Su palabra origina debates, intercambios. De los lindos, de los que tiene un trasfondo. Es como si la palabra convocara a la palabra, las ideas a la argumentación. Las ideas esgrimidas desnudan la estupidez de la oposición misógina o gorila. A las ideas debe discutírseles en el mismo nivel o quedamos fuera del juego.
Cristina Fernández aspira a un arte mayor en su discurso, a una poética cuestionadora que origina ideas y desenmascara idiotas. Este arte mayor, es el motor que moviliza al mundo. Creo que está claro que no digo que el artista siempre tiene razón sobre lo que expone. Sí la tiene en que, aún siendo taxativo, nunca cierra el diálogo, nos permite confrontarlo, evidenciar sus puntos débiles, hacer fuertes nuestras propias convicciones.
Así como existe un arte en la política, movilizador y cuestionador, hay algunas pinceladas cuasi artísticas que no llegan a revestir tal carácter. Son a la poética, malabarismos de payador. Cada sílaba tónica es experimentada como un triunfo, una rima como un orgasmo. Y a ver si con eso alcanza para que el efecto multiplicador de los medios nos posicione bien en el Olimpo.
Los payadores en la política argentina abundan. Asoman sus cabezas y nos gritan su verso a la cara. Ingenioso o no, pero siempre solitario. Hay payadores de verso legendario (no positivo, por ejemplo), cuya identidad nadie recuerda, parejas de payadores a media letra (Ricardito y Colorado o Puntano y Mafioso) que no llegaron al final de la décima, payadores que no se molestan en conocer lo que es un verso octosílabo y que, como aquél que debía resolver el oscuro acertijo de la vaca, se contentan con recibir instrucciones al oído de sus funcionarios en la Ciudad de Buenos Aires. Payadores megalómanos, constructores de un mundo tan conspirativo, tan 2012 y tan improbable.
No crea el lector que la clasificación llegó a su fin. Si bien es cierto que la madre de Dorrego desea terminar para dar paso a asuntos menos importantes pero tanto más urgentes, no sería justo monocromizar políticamente a la payada. Porque también hay payadores electrónicos, que se suben al escenario munidos de guitarra eléctrica y amplia sonrisa; a medio camino entre el pastor Gimenem y el Rey Palito.
El Payador Mayor los mira orgullosos a todos, propios y ajenos. Sólo él le disputa la media letra a cualquiera. Inventor de la payada-show, especie de talk show multitemático donde siempre tendrá el décimo verso. Sus temas son universales pero sus intereses sumamente municipales. Anda con un tacho pintando el mundo, pero su aldea, hasta ahora, se pinta sola. El Gran Aníbal sufre la ambivalencia del artista incomprendido, su verso anda cruzando los Alpes pero por el Gran Buenos Aires, es más bien un pelotazo en contra.

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