jueves, 17 de noviembre de 2011

Señal de ajuste


La palabra sobrevuela las redacciones de Clarín, La Nación y afines. Se solidifica en los zócalos de TN y Canal 13. Se hace clamor en las bocas del periodismo opositor y se repite en 4 de cada 10 que salen de la humanidad de Marcelo Bonelli (este dato no debería alarmarnos, es hombre de vocabulario escaso). También atraviesa, en formato negación, el discurso de quienes apoyamos las políticas del gobierno. Es que el sobrevuelo tiene implicancias fantasmáticas: España, Grecia, FMI, Cavallo; dimensionan un sustantivo tan inocente como otros, tan ambiguo, tan equívoco: ajuste.

A La madre de Dorrego no le gusta periodistear. Es decir, no es nuestro objetivo pensar la realidad vertiginosamente, correr tras las agendas de otros como yuppies de la palabra. Pero se hace necesario situarnos y declarar principios, para poder seguir adelante, armarnos de ideas y aclarar el horizonte, el propio.

Sabemos que no hay abundancia en el mundo. Que si salimos resuelta y libremente a tomar lo que nos toca, sea por necesidad o deseo, vamos a chocarnos con la pared de la limitación. Nuestros deseos pronto entrarán en conflicto con los de los otros. El deseo del otro se opone, en un mundo de limitaciones, a mi propio deseo. Hegel dirá que deseamos el deseo del otro. Nosotros aquí estamos refiriéndonos a los deseos materiales, puesto que hablamos de la economía, en definitiva. ¿Pero qué es la economía entonces? Es la ciencia de realizar el ajuste, ni más ni menos.

El tema será entonces por dónde empezar a realizarlo. Ahí es donde se desarma el intento de homologación que hacen los medios clarinistas, con respecto a los recortes europeos. Porque este ajuste (no le tengamos miedo a la palabra) se hace por donde se debe hacer: se deja de subsidiar los servicios a las grandes empresas y a los clientes mejor acomodados. Escuchamos los ecos de la 125. Y TN and company también, es por eso que se intenta, como en aquella ocasión, universalizar la demanda de los sectores de mayor poder adquisitivo. Se utiliza la idea del “a mí no me importó pero en cualquier momento me tocan el timbre”, del poema utilizado hasta el hartazgo, como validación de que estas cosas hay que cortarlas de raíz, antes de que sea tarde. Nuestra humilde respuesta es que no. Para hacer verdadera redistribución de la riqueza hay que empezar por acá. Y, en todo caso, hacerles notar a los gobiernos que tenemos en claro el objetivo, que las grandes mayorías aprobamos esta quita para que redunde en beneficio de todos, de nuestro estado.

Recuerdo que en aquellos primeros meses de 2008 había dos discursos opositores básicos. El que, a rajatabla, sostenía que no debían existir retenciones a la exportación, y los progresistas avergonzados que decían que sí, pero que este gobierno no tenía catadura moral para hacerlo. La respuesta para nosotros era obvia (aunque platónica puesto que no existía este espacio): retengamos y exijamos por el buen destino de esos fondos. Lo contrario sería estancarse en un dilema de tipo todo o nada, en el que cualquier posible mancha en el proyecto requiere que destruyamos todo. Una concepción dilemática que conduciría inevitablemente a la inmovilidad absoluta.

Es imposible hacer justicia social sin tocar intereses profundamente enquistados. Las “víctimas” van a patalear, a demandarnos, a putearnos y amenazarnos. Tenemos que estar fuertes y arraigados en nuestras convicciones. De lo contrario, vamos a terminar viendo un espectáculo que no quisiéramos volver a ver: los esclavos pidiendo que dejemos en paz a sus amos. Que el trabajo de cacerolear lo hagan ellos, a cara descubierta, así los conocemos todos.

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