martes, 8 de noviembre de 2011

¡Carrera!... ¡March!


En estos tiempos de increíbles teorías, esbozadas con absoluta naturalidad, generalmente por aquellos que no serán afectados por las mismas, hay una que me ha llamado la atención por ser rechazada hace no muchos años por los argentinos.
Se trata del servicio militar obligatorio, y la opinión de algunos padres de que su reinstalación lograría que los jóvenes supieran qué es la rigurosidad y la obediencia, sin poder ejercer la protesta ni tampoco ignorar las ordenes recibidas. Ésto los haría menos rebeldes, más sumisos con sus padres y su escuela, sus maestros y las autoridades en general.
Hace tiempo que quería escribir sobre esto, pero dos sucesos aceleraron mi decisión. Una fue el reportaje a la periodista Miriam Lewin, que le hizo el sábado de la semana anterior Mona Moncalvillo y el otro una conversación con mi primo Octavio Echevarría una semana después. Miriam Lewin cuenta en ese reportaje las torturas, vejaciones y violaciones que recibieron ella y muchas otras mujeres con las que compartió algunos años en centros clandestinos, la mayoría desaparecidas y algunas embarazadas a las que luego le apropiaron el bebe. Muchos de estos hechos los conocemos por informes como el libro Nunca Más, y los sucesos conocidos en el transcurso de los años y el trabajo sin descanso de los organismos de derechos humanos, que divulgaron a través de los medios de comunicación toda la información con la que contaban. Pero la voz de Lewin era como una taladradora de conciencias, nos hablaba de lo que había pasado pero lo hacía como un relator de historias que sabe que nunca la podremos olvidar. Resultó de una potencia desgarradora renovada, dijo lo que casi todos sabemos pero logró que creyera que lo escuchaba por primera vez. Fue una experiencia muy fuerte que acompañó un pensamiento latente y anterior que me llevaba a una inquietud que busca respuesta: ¿cuáles son los motivos que llevan a algunos padres a creer que si sus hijos están en manos de estos militares genocidas, y además con una temible dosis de degeneración mental, serán mejores hombres? ¿Es posible que el hecho de no haber sabido dar una reprimenda a tiempo, los coloque en el otro extremo de poner a sus hijos en manos de sádicos? ¿Será como una especie de venganza donde pienso "así que no me das bola, ya vas a ver cuando te agarren los milicos como vas a marchar"? Un año o un año y medio perdido lavando el coche de los milicos o pintándoles la casa o haciéndoles de chofer o arrastrándose en el piso como una porquería ni bien se lo ordenan, ¿puede generar alguna satisfacción en un padre?, ¿Alguien puede creer que de esto nacerán mejores hombres? ¿Hombres nuevos con algún valor moral, cívico o solidario? Pienso sinceramente que no. Nada bueno agregaría a la vida de nuestros jóvenes ni un minuto ni un siglo de esclavitud militar. Más bien todo lo contrario.
Podrá decirse que la institución militar de los setenta y la actual son muy diferentes. Sin embargo, teniendo en vista la reacción de grupos, vinculados a las fuerzas armadas actuales, contra los juicios a represores, no parece advertirse un cambio profundo en su seno, que nos garantice que éstos difieren de aquellos, de manera notoria. Por otro lado, ¿en qué virtudes humanísticas se vio mejorada la institución en los últimos años, que permitieran pensar que un nuevo "caso Carrasco" es una situación impensable en la actualidad?
Octavio me recuerda el libro " Vigilar y castigar " de Michel Foucault, donde se desarrolla la teoría " El castigo moderno: la reforma del alma". El castigo moderno en relación al medieval se modifica y pasa a ser oculto. Los dispositivos que mediante el encierro del individuo le aplican una disciplina que le extrae la fuerza creativa son: la escuela, la fabrica, la cárcel y el hospital. Estos guardan estrechas similitudes entre sí: por un lado desde lo edilicio son construcciones cuadradas divididas en aulas, celdas o habitaciones. Por otro lado estos dispositivos llevan a la perdida de la individualidad, sujetos uniformados y disciplinados. El castigo ejercido es la regulación del tiempo (los horarios, los timbres, la rutina) mediante la disciplina con el fin de modelar el cuerpo y el alma. Cualquier similitud con la colimba no es casual.
Jóvenes libres y creativos, no genuflexos, son los que necesitamos. Un país que ya ha tenido la experiencia de cabezas agachadas y cerebros silenciosos, que luego cuando son libres abren su boca para pedir mas ración de "¡a tierra, inútil!"

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