martes, 22 de noviembre de 2011

Al abordaje


Puede leerse este texto como una continuidad, no sólo ideológica, sino también exploratoria, del artículo escrito por Gustavo en este blog, ¡Cuidado! Traidores trabajando.

Se dice que, a los efectos de constituir el capital originario que dio sustento al desarrollo industrial en Europa, fue fundamental el descubrimiento de estas tierras americanas. La expoliación salvaje y sistemática permitió el buen pasar temporal de España y Portugal, principal y directamente. Y mediante el comercio legal con estos países y el contrabando con las colonias de ultramar, el enriquecimiento desmedido de las principales potencias de la Europa moderna y capitalista.

Pero no sólo de comercio vivía el hombre moderno. Inglaterra, sobre todo, tenía un método más directo de hacerse con el oro y la plata originarias y, de esta manera, asegurar su supremacía industrial: la piratería. Los barcos de la cruz y la espada eran abordados en pleno atlántico por los de la calavera y las tibias, tomando un atajo en el recorrido de distribución del circulante. Al fin y al cabo, el objetivo era quitarle a los peninsulares la riqueza. Fuera vendiéndoles manufacturas, contrabandeando con sus colonias o, la acción más directa y efectiva, tomándola por violencia.

Así, la América pobre y atrasada fue financiando el desarrollo, que permitiría no sólo la acumulación de los capitalistas, sino, por qué no decirlo, la actividad filosófica de los Hume, Hegel o Rousseau, que pensaban cómo apropiarse del objeto, lo cual sería acompañado por la apropiación empírica de los objetos preciosos que llevarían adelante sus respectivos estados. Así como un conejito no puede permitirse las fastuosas siestas de un gato carnívoro, no hubo lugar en las nuevas tierras para pensar la realidad, una realidad que se esfumaba a bordo de los galeones, comprada a cambio de viruelas y otras pestes (ojalá hubieran sido sólo espejitos de colores).

A lo largo de las últimas décadas, los sujetos de la expoliación abandonaron las anacrónicas cascaritas de nuez y decidieron subirse a sus empresas transnacionales. Presionaron durante muchos años sobre los orgullos nacionales, los ideales de soberanía, la utopía de la autodeterminación. Los anzuelos fueron los déme dos de la plata dulce, el acceso al primer mundo, los edificios de corporaciones vidriados (pavada de espejitos). Aún cuando se resistía desde consignas, en la realidad práctica ya se había optado por el subdesarrollo eterno. En los 90, se blanqueó socialmente en toda América nuestro destino: ser importadores de pobreza, de trabajos menos remunerados y abastecedores de materias primas. Circunstancia que ya no tendría lugar en el comercio bilateral sino dentro del marco de una misma empresa que transferiría beneficios hacia los países centrales, ofrecería puestos de trabajo desechados en los grandes centros urbanos y, para mayores ganancias, a costo mucho menor. Así fue manteniendo Europa, en mi opinión, su nivel de vida. En base a esta segunda sustracción histórica.

Sin embargo, los estados ya no son los monopolios de la ley. Las multinacionales tienen su propia ley, su propia lógica y extienden sus patentes de corso a voluntad. ¿Para qué esperar que, de los beneficios obtenidos en la periferia, tengamos que reducir nuestras ganancias con impuestos a precio europeo? ¿Mantener el nivel de vida de griegos, españoles o irlandeses? Entonces se pagan impuestos a precio americano (o no se pagan, ya que el intercambio por los nuevos espejitos incluyen exenciones vergonzosas) y se evaden los altos impuestos, que permitirían la fiesta española entre otras, por ejemplo, comprando materias primas e insumos a sus sucursales en América o Asia o África, a precios exorbitantes e incomprobables. O exportando todo sus servicios al cliente, de modo que una voz colombiana los atenderá aunque sólo quieran comprobar con cuál botón se enciende la juguera fabricada en Taiwán.

La piratería está manejada ahora por los estados posmodernos (las grandes corporaciones), quiénes en un mundo globalizado y a horcajadas de la nueva división internacional del trabajo y del libre mercado, les prometieron galeones de oro a unos y otros, a opresores y oprimidos, y les dejaron las migajas sobrantes de un naufragio.

Lo único que me entusiasma de todo esto es creer que América está de pie, que Atahualpa esta vez pondrá en entredicho a Dios y nadie, nadie, ni el FMI, podrá condenarlo por ello.

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