lunes, 7 de noviembre de 2011

El perro que ladra y muerde

En una audiencia con empresarios que tuvo lugar durante la última reunión del G-20 en Cannes, nuestra presidenta condenó el capitalismo centrado en el poder financiero y expresó la necesidad de salir de esta virtualidad económica en aras de parámetros más “reales”, anclados en la producción. En muchas oportunidades, Cristina Fernández había realizado críticas a las concepciones de vida en este tercer milenio, autodefiniéndose como una mujer de la modernidad, entendiendo este concepto en el marco de las posibilidades políticas de cambio de una sociedad, a partir de su voluntad decisoria, por sobre la lógica del mercado globalizado.

En el marco de la misma audiencia, pidió volver a la lógica del consumo y la producción. “El capitalismo supone que la gente consuma y que ustedes, los empresarios, produzcan y vendan cada vez más. Esto es lo que está fallando”, dijo. Consumo y más consumo fue también la forma de hacer política económica para el primer peronismo. Es decir, poner dinero contante y sonante en las manos de quienes, hasta entonces, veían que la fiesta les pasaba delante de la nariz, sin detenerse.

Sin embargo, la manera de consumir de los años 40 y 50 difieren enormemente (soy un gran observador) de los perfiles de consumidor actuales. Podríamos convenir en que existen ciertas modalidades invariantes que rigen el consumo: la búsqueda de novedades, la identificación con el producto. Ahora bien, la vertiginosidad de los tiempos actuales determina identificaciones lábiles y pasajeras, así como el aburrimiento endémico para el que no habrá zapping ni moda capaces de mantenerlo distanciado de nosotros por un tiempo prudencial. Entonces, consumimos pulsionalmente, para acallar al perro de la insatisfacción, que ladra y muerde con idéntica vehemencia, desdiciendo al mandato popular.



Hijos de esta velocidad: experiencias, sitios turísticos, zapatillas, programas de computación, automóviles, gaseosas, etc; participan de una carrera neuroticogénica, de la que se sale perdedor apenas se la acepta como parte de nuestra vida. Predicar un consumo responsable, esto es, principalmente, des-identificarse con el sujeto neo cartesiano que “consume, luego, existe”, en momentos en que el mundo puede reindustrializarse y escapar de la trampa financiera a partir de él, no sea quizá la mejor idea. Y parecerá incluso, la moral sibarita de un consumidor que, simplemente, se cansó de su condición y busca sus identificaciones y novedades en otros ámbitos. Es decir, ahora que le toca consumir a los pobres, consumir es out.

Creo que tenemos que correr estos riesgos si el premio es lograr un fortalecimiento propio, como sujetos y como sociedad. Lo que no puedo imaginarme aún es el nuevo paradigma, resultante de un consumo responsable. Mientras tanto, me tomo una Coca Cola, no vaya a ser que venga una revolución y ya no pueda volver a hacerlo.

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