miércoles, 7 de septiembre de 2011

La laguna de Chiche


En Psicopatología de la vida cotidiana, Sigmund Freud analiza la naturaleza de los olvidos y las lagunas mentales. En líneas generales, afirma que unos y otras dan testimonio de una fuerza, acaso inconsciente, opuesta a la voluntad explícita. Fuerza que encontraría su origen en la pena, el desagrado, la antipatía que el evento, nombre o suceso olvidado representa para el sujeto.
En estos días, el tristemente célebre Eduardo Alberto Duhalde, insistió en sus inconsistentes denuncias de fraude. Uno tiende a observar con cierta conmiseración al ciudadano de a pie que intenta proteger su concepción de orden de la existencia (en la que ser oficialista ocupa un lugar muy bajo), escudándose tras estos análisis endebles. Tal mirada virtuosa muta hacia la indignación cuando alguien que se considera estadista intenta vendernos un castillo de naipes desde su inmobiliaria de Banfield.
A los efectos de explayarse en estas consideraciones, Joaquín Morales Solá entrevistó a la señora esposa del malogrado político (uso el adjetivo un tanto libremente). Ella habló sobre la empresa informática que estuvo a cargo del escrutinio. Dijo que esa misma empresa estuvo a cargo de escrutinios sospechados en Ecuador y en Venezuela (Oh casualidad, dijo) . El conductor le preguntó por el nombre de la empresa, pregunta incisiva ésta, que nuestra otrora manzanera no supo contestar. Había olvidado tan importante detalle de su argumentación.
Pero no busque desesperadamente en internet, querido lector. La madre de Dorrego, que es una especie de manzanera informática, quiere ahorrarle el trabajo. Averiguamos que la empresa se llama Indra. Este nombre trae a mi memoria un bello concepto budista, el de la red de Indra. Ésta es una red infinita que posee, en cada una de sus cuadrículas, una joya. Cada una de estas joyas refleja a toda la red con todas sus joyas en un proceso de reflexión infinito. Podemos recibir de esta imagen, el concepto de un cosmos interdependiente, una síntesis superadora de la dicotomía individuo - sociedad, cuya discusión podría iluminar, en materia política, las problemáticas de la libertad de los ciudadanos y la acción controladora del Estado, cuando esa libertad pudiera estar en conflicto con intereses del conjunto.
Cuando percibo esa imagen de la red, que el escritor budista Alan Watts graficó como una infinita telaraña empapada de rocío, no puedo dejar de pensar en la solidaridad. En la comprometida, en la que el sufrimiento de otro ser me cuestiona, me lleva a la indagación originaria sobre las proporciones desiguales que los paretos cotidianos esgrimen como axioma irreversible de la codicia de los 20 por ciento de ciudadanos. En un artículo anterior publiqué un poema, en forma de voto, del maestro zen Robert Aitken. Hace alusión, en otro poema, a esta desigualdad:

Cuando los recursos son cada vez más escasos;
hago voto con todos los seres
de considerar la ley de la proporción:
yo tengo porque otro no tiene

Pero Chiche y su marido, que también añoraban el 20 pero llegaron al 12 y prefieren no hablar de las medidas del gobierno que han atenuado la desproporción cuasi bíblica, no pueden recordar a Indra, no les sale de la desmemoria un concepto en el que la codicia y el poder descontrolado perjudican a toda la sociedad y se esparce con la impunidad del reflejo a todo el cosmos. Sólo se reflejan a ellos y pretenden multiplicar la escasez de votos como los magos, a fuerza de espejos.


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