domingo, 13 de noviembre de 2011

Martín Caparrós, el alquimista


Hace algunos días, creo que el propio 17 de octubre, un amigo llamó mi atención hacia el blog del escritor argentino Martín Caparrós, quien habría tomado distancia del clima hostil de nuestras pampas, para autoexiliarse en España, al decir de Marcelo Figueras en Página 12. Ese día escribió sobre el peronismo (evidentemente, sus temas responden al santoral de los almanaques, cosa que está muy bien). Se puede leer su artículo aquí.

Yo me propongo pensar, al uso nuestro, el de los autores de este espacio, ciertas ideas vertidas en ese artículo. Si digo cosa tan espantosa como “al uso nuestro”, lo hago en conocimiento de las limitaciones del propio universo conceptual. No pretende ser una respuesta, en el sentido estricto, a las palabras de Caparrós, sino el hecho de darnos la posibilidad de pensar, desde nuestro lugar de argentinos (y de argentinos k, pa qué negarlo) empapapados por la realidad, sus palabras.

Algunos párrafos me parecen interesantes de releer. El peronismo es, para empezar, el nombre político del derrumbe argentino. Desde que empezó, en 1945, la gobernó más que nadie, y 20 años de los últimos 22 de decadencia.” Por supuesto que uno puede empezar por cualquier lado, ya lo dijeron los ciegos que querían descubrir la realidad del elefante. Bueno, el bloguero en cuestión empieza en 1991. Y desde ahí, propone 20 años de decadencia. De manera no tan sutil, extiende esa decadencia hacia toda la historia del peronismo, puesto que asegura que así se llama al derrumbe argentino. No será desde este lugar, desde donde se negará la condición peronista de Menem. Si nos apuran, ni siquiera negaremos con gran fervor, la del ingeniero Macri. Lo que estoy seguro (acá empiezo a hacerme cargo del texto personalmente, sin esconderme tras el blog) es que la idea de decadencia no me parece la más indicada para sintetizar la década menemista. Y totalmente desafortunada para identificar al proceso actual.

El peronismo será, para siempre en la historia argentina, el espacio político mediante el cual comenzaron a participar de los asuntos nacionales, millones de marginados. Comenzaron a tener un lugar en sitios vedados para ellos históricamente. ¿Este hecho en sí, torna inútil cualquier discusión sobre si esta participación fue generada de la mejor manera? De ningún modo. Es válida la discusión sobre el nivel de concientización de clase de los obreros argentinos y si los beneficios obtenidos fueron de la mano y, sobre todo, si estos beneficios, caídos como el maná en el éxodo, no generaron ese mesianismo cuasi religioso que muchos perciben en el peronismo. ¿Discusiones válidas? Sí. Y mucho. Y las desarrollaremos en este blog muy pronto, con toda seguridad. Caparrós hace una breve mención a lo antedicho, minimizando su importancia, a mi entender (son “trabajadores que llegaban desde el campo atraídos por el desarrollo industrial” cuando es mucho más que eso: fueron los negros, los grasas, los animales – recordar el aluvión zoológico - reconocidos como ciudadanos ¿se siente el peso ético de esta inclusión?) y, simplemente, dice que pasó hace 66 años. De esta manera, invisibiliza y clausura estos datos. Da por terminada la discusión histórica. Vamos al presente, dice (ignora o pretende que ignoremos que existe una continuidad en tanto identificación de los marginados actuales con aquellos).

Sus interlocutores europeos le piden que defina al peronismo. Y no puede. Y esto es terrible. Creo entrever el horror de Sarmiento, de Mitre. Vivimos envueltos en un movimiento político que no podemos explicarles a nuestros maestros europeos. Mientras nos preguntan, miramos el piso, hacemos círculos con el pie derecho, en una dirección y en otra, sin encontrar la ansiada respuesta. Entonces el peronismo es la montonera, los malones, el horror de la chusma que Roca y tantos generales fratricidas, juraron aplastar en el siglo XIX. No podemos soslayar el eurocentrismo que exhibe Martín Caparrós, que hace dos menciones a estos inquisidores extranjeros en un texto bastante corto. Reclama, casi desesperadamente, un auxilio básico. ¿Es de derecha o de izquierda el peronismo? Como si derechas o izquierdas pudieran explicar, por caso, la terrible crisis europea actual. Como si todos debiéramos rendirle culto a la manera de sentarse en el congreso de los diputados de la república francesa.

Finalmente declara algo maravilloso. Que la palabra “peronismo” debiera dejar de ser dicha. ¿Por qué? Básicamente porque significa tantas cosas que termina no queriendo decir nada. Hábil maniobra. Casi un prestidigitador de la política. Permítaseme asumir las intenciones del autor. Hacer desaparecer la palabra con el objetivo alquímico, de que desaparezca el peronismo. Desarticular el signo a partir de eliminar el significante. En esta desarticulación, Caparrós cree encontrar la piedra filosofal de la política argentina. La lingüística saussuriana nos rescata de la barbarie, del choripán y los pisos de parquet en el fuego. Una solución europea a los problemas argentinos, como ya lo anuncia la revista Barcelona.

Quiero volver sobre el tema menemato y por qué no lo considero parte de una decadencia. La década del 90 fue un plan muy bien organizado por el liberalismo internacional. Es el mismo liberalismo, guardián del capital al que se supone que combatió el primer peronismo (por acá no suponemos esto, pero ya lo aclararemos en otra oportunidad). Que el peronismo, por sus características, podría ser caracterizado en la política argentina como el único movimiento de masas, fue la causa de que se lo utilizara para imponer políticas liberales en estas tierras, ayudados por un dirigente carismático y ubicuo junto a muchos leales al ejercicio del poder, por la desmovilización política (fin de la utopías) y cierto posmodernismo imperante en la práctica que aseguraba que todo lo obtenido por la masa proletaria era cosa de un pasado pisado que no podía repetirse. El mundo era otro, se decía. Había rupturas muy pronunciadas en el devenir histórico, también se decía. Yo no puedo llamar decadencia a esto. La decadencia es como una fuerza negativa autocentrada, impulsada por cierta displicencia, en la que los elementos externos parecieran tener un carácter secundario. En este caso, hubo una profunda acción política, llevada adelante por los únicos que creían que en ella se encontraba un elemento de cambio: los mercados internacionales. Recuerdo a un tal Jeffrey Sachs, economista norteamericano invitado por Neustadt, que nos decía en ese tiempo nuevo, lo bien que hacía las cosas ese gobierno y sólo pedía tasas más bajas. En ese año, 90, faltaba el punto culminante del dominio sobre el ciudadano y su marca definitiva como consumidor: el crédito. ¿Decadencia? No para mi visión. Más bien un plan sistemático de exportación, desde los importantes centros mundiales, de crisis globales recurrentes, de creación de satélites donde arrojar el propio déficit. Aún cuando el proceso sea más complejo, me interesaba aclarar este punto.

Que el momento actual no me parece decadente, creo haberlo expresado ya en muchas notas y de muchas maneras. Volveremos sobre el tema seguramente en varias oportunidades. De todas maneras, no me interesa particularmente rescatar al peronismo, ni si este gobierno es peronista o no (qué poco que me importa elucidar este punto, les juro). Sí me interesa que tenga una característica de aquél: la inclusión de los sectores marginados. Después, si la palabra o partido o la historia del peronismo desaparece, será cuestión del devenir histórico o, mejor, de propuestas superadoras, no de dos o tres intelectuales tocados con bonete y con ilusiones de alquimistas medievales.


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