lunes, 22 de agosto de 2011

Desexplicar el sentido de este blog


Cuesta averiguar que se llamó María de la Ascención Salas. Y la búsqueda rendirá frutos escasos, porque tomaremos en vano su nombre.
Las personas se convierten en símbolos, aún a su pesar. Sus infinitas complejidades quedan reducidas a dos o tres elementos fáciles de incluir en nuestro sentido de propia supervivencia. Tanto sujetos como grupos colectivos quedarán encerrados en adjetivaciones arbitrarias, en estereotipias groseras, bien o malamente asumidas. Así tenemos un gobierno de zurdos que mantiene a los negros ignorantes, una oposición llena de fachos genocidas, una yegua, un grupo de bolches intelectuales, un mafioso. ¿Algo de lo real se esconde bajo la descalificación artera? ¿Podemos aceptar eso que llamamos lo real cuando nos explota en la cara o desanudamos minuciosamente la bolsita de nylon que lo contiene?
Alejandro Magno cortó por lo insano el orgulloso lazo de los frigios. Pero desanudar para parir lo oculto no es tarea de hombres ávidos de poder; es más bien de Teseos, dispuestos a aferrarse al método, tanto que matar o no a Minotauro será una contingencia, una bifurcación del camino que nos lleva al amor o a la muerte, dos destinos igualmente inevitables.
Si hablamos de nudos, de laberintos, de método, es porque desde estas letras nos proponemos desentrañarnos a nosotros mismos; como sociedad y sujetos producidos y reproductores de ella. El desafío será político, social o espiritual. Nunca sabremos discernir los límites en estas tierras nebulosas. Si Kirchner fue un chamán o un compositor de tangos, compañero de Tania. América es así, un conglomerado de democracias ardientes, traidores heroicos, científicos de la tribu, derechas adiestradas e izquierdas siniestras. Buenos Aires cumplirá su destino parisino y será la tumba de Vallejos desorientados que morirán un lunes, como es hoy, de invierno.
Si alguno le quedó una certeza, está entendiendo mal. Estas letras son el hilo. A un extremo, Ariadna. Al otro, el oscuro laberinto. No hay una dirección obligada, sólo seres, casi ciegos, que la recorren. Si después de todo, vemos la luz, escuchamos un eureka o un cartel verde y blanco nos indica la salida, es que llegamos a destino. Es un claro, un oasis, nada para instalarse definitivamente. Es la madre del borrego, quien, acaso, permita esclarecer un dudoso pedigrí a los fines de una venta. Para nosotros habrá aparecido María de la Ascensión; arquetipo colonial de la mujer de nuestro siglo. La mujer de José Antonio, comerciante portugués. La mamá de Manuelito. Azarosamente, el quid de la cuestión. La madre de Dorrego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario